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La gran ocasión. Robert Navarro, enero 2020

Suele decirse que todo lo bueno de la vida engorda, es pecado o está prohibido. Desde luego se trata de una exageración, pero este dicho evoca bien una cierta tendencia natural hacia la compensación, de tal manera que aquello que nos conviene no siempre es placentero, accesible o incluso posible. No obstante, de tanto en tanto los astros se alinean para conseguir que lo conveniente y lo deseado vayan en la misma dirección. Son ocasiones que de ninguna manera se pueden desaprovechar.

Las diferentes alternativas a la hora de elegir las fuentes de energía se pueden analizar muy bien sobre la base del denominado trilema energético, que es aquel que considera tres factores determinantes a la hora de juzgar la conveniencia o bondad de cada fuente: la competitividad, la sostenibilidad y la garantía de suministro o gestionabilidad. Así, la energía perfecta sería aquella que puede obtenerse con un bajo coste, en el momento en el que se precisa y sin afectar negativamente al medio ambiente. ¿Una utopía? Quizá no tanto, y cada vez menos, desde luego.

El factor medioambiental, que en este momento histórico ha tomado un protagonismo sin precedentes debido a la grave amenaza de la crisis climática, era irrelevante cuando la revolución industrial descubrió los combustibles fósiles como una forma eficiente, sencilla y competitiva de conseguir energía. Por ejemplo, un barco de vapor resultaba mucho más operativo que uno de vela, al no depender del recurso eólico para poder navegar. A nadie le importaba que emitiera humo, por lo que la opción era clara e incontestable.

Pero, con el tiempo, los inconvenientes medioambientales de la explotación masiva de los combustibles fósiles se han ido haciendo evidentes, hasta llegar al día de hoy, en el que la emergencia climática nos obliga a actuar urgentemente para reducir su uso y así no agravar la crisis en marcha. En este contexto, el mundo vuelve la vista hacia las fuentes renovables, en su día consideradas poco más que una alternativa exótica, en manos de unos pocos outsiders vinculados a movimientos progres, hippies y similares curiosidades. Y las renovables han respondido, incrementando su competitividad de forma gradual y constante hasta ser las energías no sólo más limpias sino más competitivas.

Con ello, dos de los tres vértices del dilema ya tienen un claro ganador. Falta el tercero, pero cada vez menos. Nos queda rematar el reto de la gestionabilidad, ya que, por su naturaleza, la mayoría de las energías renovables y, en concreto, la eólica y la solar fotovoltaica –las dos que en este momento pueden competir de tú a tú con las fuentes convencionales- dependen de un recurso variable y no siempre fácil de predecir. Y en ello se está ahora, tratando de desarrollar soluciones que van desde el almacenamiento, cada día más competitivo, hasta la gestión de la demanda, pasando por las interconexiones. Son muchas las iniciativas y las herramientas que pueden implementarse para hacer posible y realista un futuro 100% renovable, y todas ellas resultan útiles: centrales de bombeo, baterías conectadas para regular la red, vehículos capaces de acumular y volcar energía de forma inteligente, herramientas digitales de demand response, etc. Y realmente no estamos lejos de la solución, ya que las tecnologías existen y sus costes bajan día tras día. Muy buenas noticias, pues. Sólo falta lo que probablemente sea lo más importante: la voluntad inequívoca del ciudadano para adaptar sus hábitos, repensar sus prioridades y ayudar, cada uno con su grano o su puñado de arena, a revertir la actual situación, ya de emergencia, por el bien del planeta y de las generaciones futuras. No perdamos ni un segundo en este empeño.

Robert Navarro

Managing Director de Innogy Spain

Empresa Miembro de la Fundación Privada Empresa y Clima